¿Por qué debo defender mi fe?
May 22, 2023
¿Por qué debo defender mi fe?
«De-FE-nsa»
La salvaguarda de nuestras convicciones y acciones cristianas
Por Pepe Mendoza
- S. Lewis presentó un famoso ensayo sobre apologética cristiana en 1945. Durante su discurso fue muy claro en señalar lo que para él significaba la apologética en relación con la responsabilidad de los cristianos con respecto a su fe:
«… insisto en que dondequiera que marques un límite [en tu doctrina cristiana], deben existir líneas que marquen los límites, más allá de las cuales tu doctrina dejará de ser anglicana o cristiana… Creo que es su deber fijar claramente las líneas en vuestras propias mentes».[1]
La apologética no empieza con la presentación de argumentos para probar la veracidad de nuestra fe con otros, sino para defenderla primeramente de nosotros mismos. Cuando estamos plenamente convencidos y gozamos de los beneficios de nuestra fe poderosa y eterna, entonces, Lewis señala:
«Nuestra [siguiente] tarea es presentar aquello que es atemporal (lo mismo ayer, hoy y mañana) en el lenguaje particular de nuestro tiempo. El mal predicador hace exactamente lo opuesto: podría estar pensando en el reporte Beveridge[2] y hablar de la venida del Reino. El centro de su pensamiento es simplemente contemporáneo; solo la superficie es tradicional. Sin embargo, tu enseñanza debe ser atemporal en su fundamento y debe llevar un vestido moderno».
Si mis convicciones de fe no son primeramente profundamente bíblicas, tarde o temprano, mi apologética será solamente un buen argumento filosófico sustentado solamente en pensamientos humanos y no en la Palabra eterna y autoritativa de Dios. Considerando el punto de vista con respecto a la apologética de Lewis, quisiera presentar en este artículo breve dos aspectos que nos llevan a responder a la pregunta, ¿Por qué debo defender mi fe?
1. Debemos defender la fe porque nuestra salud espiritual depende de una buena apologética.
La palabra apología es una transliteración de la misma palabra griega que se traduce como «defensa» en español. Esta palabra puede inducir al error porque pareciera que estuviéramos protegiendo a la fe de algún enemigo poderoso del que debemos librarla con nuestros propios argumentos. Sin embargo, como nos lo enseña Lewis, la primera defensa de nuestra fe es contra nuestras propias mentes y corazones.
No debemos olvidar que, como lo dijo Isaías, nuestros caminos y pensamientos están completamente lejos y opuestos a los caminos y pensamientos del Señor (Is 55:8). Por lo tanto, la apologética debe convertirse en una imperiosa necesidad de estudio y reflexión personal de las Escrituras que nos lleven a liberarnos de los pensamientos equivocados y pecaminosos asentados en nuestras almas y nos ayuden a encontrar en la Palabra de Dios la validez y el poder de nuestra fe que afirmen nuestras mentes y corazones en la fe.
Cada vez que abrimos las Escrituras somos confrontados apologéticamente por la verdad divina. Al ser guiados por el Espíritu Santo, podemos afirmar con David, «El testimonio del Señor es seguro, que hace sabio al sencillo» (Sal 19:7b). También podemos entender lo quiso decir Jesús al afirmar, «Si ustedes permanecen en Mi palabra, verdaderamente son Mis discípulos; y conocerán la verdad, y la verdad los hará libres» (Jn 8:31b-32). Sabiduría, verdad y libertad son los resultados de descubrir la veracidad de los argumentos presentados en la Palabra de Dios. Nosotros somos los primeros en ser bendecidos, como lo dice Pablo, al descubrir que conocer los pensamientos de Dios hace «que la fe de ustedes no descanse en la sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios» (1 Co 2:5).
2. Debemos defender la fe porque nuestro testimonio cristiano depende de una buena apologética.
Pensar que la apologética es un ejercicio esencialmente intelectual y filosófico que solo algunos pocos pueden desarrollar nos hace perder de vista que la apologética era un ejercicio de sabiduría que va mucho más allá del pensar o razonar de forma correcta. Se trata, en realidad, de llegar a vivir una vida buena que se sustenta en la aplicación de la verdad tal como está proclamada en las Escrituras.
El pasaje más conocido para hablar de la apologética fue dicho por el apóstol Pedro: «sino santifiquen a Cristo como Señor en sus corazones, estando siempre preparados para presentar defensa ante todo el que les demande razón de la esperanza que hay en ustedes» (1 P 3:15). De este solo pasaje se han sacado muchas conclusiones con respecto al significado de la apologética. Sin embargo, debemos conocer mejor todo el argumento presentado por el apóstol en su carta para conocer mejor su intención.
En mi llavero tengo una pequeña placa con la siguiente inscripción: «Todo lo puedo a través de un texto tomado fuera de contexto». Esta frase me recuerda que la Biblia no está conformada por píldoras de verdad aisladas, sino por piezas, como de rompecabezas, que al unirse perfectamente nos permiten ver con claridad la presentación de la verdad divina en su real dimensión. En este caso, Pedro habla de la necesidad de tener una defensa preparada en medio de una carta que tiene un propósito mayor. Todo el contexto de la carta es una celebración de la fe mediante la cual somos, «protegidos por el poder de Dios, para la salvación» (1 P 1:5), y es una exhortación a vivir conforme a la obra redentora en Cristo que gozamos como pueblo de Dios (1 P 2:9-10).
Pedro está hablando de la magnitud de la salvación en Cristo y señala que esa comprensión debe producir sabiduría en acción: «preparen su entendimiento para la acción» (1 P 1:13). Como podrás notar, somos ahora creyentes en Cristo por la gracia de Dios y al dejar la ignorancia y la necedad de nuestra vida sin Dios, ahora procuramos vivir en la obediencia a la verdad que ha purificado nuestras almas (1 P 1:22).
La extensión de este artículo no me permite ser exhaustivo en cuanto a la exégesis de toda la carta, por lo que te invito a que puedas descubrir cómo Pedro continúa con su exhortación a vivir de acuerdo con lo que creemos. Justamente, él está hablando de vivir de una manera diferente, demostrando «celo por lo bueno» y disposición a sufrir «por causa de la justicia» (1 P 3:13-14). Ese es el contexto inmediato del que se desprende el llamado a consagrar o santificar nuestros corazones a Cristo como Señor de nuestras vidas al estar preparados para presentar defensa ante cualquiera que nos demande razón de nuestra esperanza.
La palabra griega que se traduce como «razón» (logos en griego) no solo se relaciona directamente con una respuesta intelectual o filosófica, sino más con un «rendir cuentas» de aquella fe que sustenta nuestra esperanza. Esta argumentación procura darle a conocer al mundo las razones en la verdad divina para nuestro comportamiento: «Porque esta es la voluntad de Dios: que haciendo bien, ustedes hagan enmudecer la ignorancia de los hombres insensatos» (1 P 2:15). De esta manera, el apóstol es sumamente claro al afirmar que defensa de la fe no puede estar separada de nuestra conducta.
Finalmente, ¿Por qué debemos defender nuestra fe? Es cierto que debemos ayudar a las personas a reconocer la existencia de Dios y entregarle razones que demuestran la veracidad y suficiencia de las Escrituras, pero mi propósito ha sido mostrar que, en primer lugar, es importante que la apologética sea un trabajo con nosotros mismos en donde le pongamos límites y base a nuestras propias convicciones de fe. En segundo lugar, que entendamos la importancia de vivir nuestra fe con sabiduría en el mundo y que estemos listos para dar razones con respecto a la forma práctica en que nos comportamos como cristianos debido a la salvación que ya gozamos en Cristo.
[1] https://virtueonline.org/christian-apologetics-cs-lewis-1945 (Traducción libre).
[2] El reporte Beveridge fue escrito por el economista William Beveridge en 1942. Se trata de un ensayo que buscaba solucionar las profundas desigualdades de Inglaterra en ese tiempo.
Sobre el autor:
Pepe Mendoza sirve como Asesor Editorial en Coalición por el Evangelio, es profesor permanente del Instituto Integridad & Sabiduría, del que fue su Director, colabora con el Programa Hispano de maestría y doctorado del Southern Baptist Theological Seminary y también trabaja como editor y escritor de libros y recursos cristianos para diferentes editoriales y ministerios. Está casado con Erika y tienen una hija, Adriana. Ellos viven en Lima, Perú.
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