Un Rey Burlado
Dec 16, 2020¿Qué es lo primero que se te viene a la mente cuando escuchas la palabra “rey”? Seguramente pienses en un hombre poderoso, imponente e indestructible. La Biblia nos cuenta sobre un rey que se sentía así: Herodes. Sin embargo, un día, todo lo que él creía de sí mismo perdió fuerza al sentirse amenazado por un bebé: Jesús. El miedo que experimentó tenía explicación, pues la profecía sobre la llegada del rey de los judíos había sido dada mucho tiempo atrás. La mejor parte del nacimiento del Rey de reyes fue entender que Él no sería como todos los reyes humanos, sino como uno divino. Antes de conocer cuál fue el impacto del nacimiento de Jesús en la vida del rey que gobernaba en aquel tiempo, veamos cuál fue la profecía que habló sobre la destrucción de su reino a manos de Dios.
La nación de Israel estuvo dividida en dos reinos: al norte con diez tribus y al sur con dos. El Reino del Sur fue llevado cautivo a Babilonia en el año 586 a.C. (Dn 1). En una ocasión, Nabucodonosor, rey de Babilonia, tuvo un sueño que lo inquietó. Ninguno de sus adivinos pudo interpretar la visión que tuvo mientras dormía, pero Daniel sí. La estatua que el rey vio en el sueño representaba cuatro reinos poderosos en la historia del mundo: el meda, el griego y el romano, este último se dividía en dos. Después, vio que una piedra cortada por mano no humana golpeaba y destruía a la estatua. Esta piedra representa del reinado de Jesús. Daniel 2:44 NVI dice: “En los días de estos reyes, el Dios del cielo establecerá un reino que jamás será destruido ni entregado a otro pueblo, sino que permanecerá para siempre y hará pedazos a todos estos reinos”.
Jesús nació durante el reinado de Herodes, el cual pertenecía al Imperio romano. En aquellos días, unos sabios procedentes de oriente llegaron a Jerusalén preguntando por Jesús: “¿Dónde está el que ha nacido rey de los judíos? —preguntaron—. Vimos levantarse su estrella y hemos venido a adorarlo” (Mt 2:2 NVI). Ellos estaban siendo guiados por una estrella y se dirigían a Belén para adorar a Jesús y para llevarle regalos.La profecía descrita en Números 24:17 explica cómo fue que los sabios supieron que una estrella los guiaría hasta Jesús.
Cuando Herodes escuchó que el Hijo de Dios había nacido, se turbó y el pueblo se conmocionó. Herodes se inquietó porque tuvo miedo de ser desplazado por otro rey. Su tiranía era tan grande que incluso llegó a asesinar a algunos de sus hijos con tal de no tener que compartir con ellos el trono. Herodes mandó a llamar a los sacerdotes y escribas judíos para que le dijeran qué era lo que las profecías decían sobre el nacimiento de un rey para Israel. Los expertos en la ley conocían de memoria la profecía de Miqueas 5:2, la cual dice que este nuevo gobernante nacería en Belén. Herodes preparó una reunión privada con los sabios con la finalidad de ganar su confianza y les pidió que le avisaran cuando encontraran al niño, haciéndoles creer que iría a adorarlo, cuando, en realidad, quería matarlo. Los sabios siguieron su camino y la estrella se detuvo en el lugar en donde se encontraba Jesús en Belén. Cuando los sabios lo vieron, se postraron ante Él y lo adoraron. Posteriormente, le entregaron cofres llenos de oro, incienso y mirra (Is 60:6). Dios proveyó estos regalos a la familia de Jesús para su sustento.
Llegó el día en que los sabios debían partir a su tierra. Dios les advirtió en sueños que era necesario que regresaran por una ruta diferente, puesto que Herodes los estaba esperando para que le dijeran en dónde se encontraba el Jesús. Los sabios obedecieron la voz de Dios y Herodes se sintió burlado. Su furia desató el mandato de matar a todos los niños recién nacidos y de hasta dos años de edad de Belén y sus alrededores. Del tamaño de su odio por Jesús fue su sangrienta y dolorosa venganza. Mateo 2:18 LBLA dice: “Se oyó una voz en Ramá, llanto y gran lamentación; Raquel que llora a sus hijos, y que no quiso ser consolada porque ya no existen”.
Antes de que Herodes tomara esta cruel y despiadada decisión, Dios le advirtió a José que saliera de ahí hacia Egipto para salvar la vida de Jesús. Cuando Herodes murió, Dios volvió a movilizar a José para que él y su familia vivieran en Nazaret.
El nacimiento de Jesús se ubica en el cuarto reino que Dios le mostró al profeta Daniel. Algunas características de este reino eran similares a los anteriores debido a que Alejandro Magno se encargó de unificar algunos aspectos culturales. Satanás actuó por medio de reinos rebeldes. La influencia y la mentalidad de estos reinos estaban en todas partes. Reyes se hacían llamar a sí mismos dioses y exigían la alabanza y la adoración de los habitantes de las naciones que gobernaban. Egocentrismo, brujería, prostitución, adivinación y muchas cosas más formaban parte de sus prácticas religiosas y paganas. Ante los ciudadanos, los reyes representaban opresión, esclavitud, pobreza, maltrato, persecución, injusticia, lamento, violencia y extremos abusos. La lucha de tronos era escarnecedora. Los reyes se sentían amenazados por otros reyes, por lo tanto, su táctica era sacarlos del camino a como diera lugar. No importaba el precio a pagar, harían cualquier cosa por permanecer en su trono.
El pueblo de Israel tenía muchas promesas de Dios acerca de un salvador que los libraría del yugo opresor. ¡La nación estaba ansiosa de que llegara! Ante un gobernante opresor, un gobernante libertador. Las profecías decían que el Mesías sería sufrido y glorioso, algo que la gente no comprendía. Ansiaban la libertad, pero no lograban entender que la peor esclavitud es la espiritual. Jesús venía a salvar al mundo de sus pecados y de la condenación eterna. Herodes tampoco lo entendía. Este rey malvado tuvo la oportunidad de conocer a Jesús como su propio salvador y la desperdició.
Cada año, en la celebración de Navidad, recordamos el nacimiento de Jesús. Cristo no llegó al mundo como uno de esos reyes de los que te acabo de hablar. Herodes es la imagen de un rey humano e imperfecto que necesitaba controlar todo su entorno para resguardar su vida. Jesús, el Rey de reyes, dejó su trono glorioso para habitar entre nosotras e identificarse con su creación. Pasó por algunas etapas de desarrollo hasta que siendo adulto anunció las buenas nuevas. Cristo tocó la vida de mucha gente y, finalmente, murió en una cruz para pagar por nuestros pecados y reconciliarnos con el Padre para poder ser adoptadas como sus hijas (Jn 3:16).
Jesús llegó a portar dos coronas: una de espinas, al ser crucificado y morir; y una de oro, al resucitar y ascender al cielo. Roma siguió gobernando y muchos de los seguidores de Cristo soportaron terribles persecuciones, burlas y hasta la muerte. Después de un tiempo, el Imperio romano cayó a causa de su propio sistema, sin embargo, el Reino de Dios sigue vigente y su legislatura es a través del amor. A diferencia de los reinos del mundo, el de Dios permanece y no será vencido jamás. El amor y la justicia son una realidad en él: los ciegos ven, los cojos andan, los mudos hablan, los presos son liberados, los heridos de corazón son consolados y los muertos andan. Tú y yo somos embajadoras de este reino imperecedero e inconmovible.
Jesús regresará por segunda vez; el trono de David lo está esperando para reinar. Este pequeño rey, desde que fue un niño, puso a temblar a todos los reyes de la Tierra en su paso por ella. ¡Qué diferente hubiera sido si la fe de Herodes en Jesús hubiera sido del tamaño de su miedo!
APRENDE
• Lee Daniel 2:27-45.
1. ¿Qué vio el rey en el sueño?
2. ¿Quién le dio a Daniel la interpretación del sueño de Nabucodonosor?
3. ¿Cuántos reinos representaba la imagen?
4. Según Daniel 2:44-45, ¿cómo juzgará Dios a estos reinos?
• Lee Mateo 2:1-12
1. ¿En qué ciudad nació Jesús?
2. ¿Quién dirigió a los sabios hacia Jesús?
3. ¿Qué hicieron los sabios al ver a Jesús?
VIVE
1. ¿Qué significa para ti que el Reino de Dios ya está entre nosotros?
2. ¿Vives como una embajadora de Cristo en la Tierra?
LIDERA
1. En la próxima celebración de Navidad, comparte con tu familia y amigos lo que significa para ti que Jesús sea el rey de tu vida.
2. Comenten qué significado tiene para ustedes la esperanza futura que tenemos en Cristo.
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